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sábado, 24 de noviembre de 2012
sábado, 10 de noviembre de 2012
Kafka en la orilla
A veces, el
destino se parece a una pequeña
tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo
intentando esquivarla. Entonces la tormenta también cambia de dirección,
siguiéndote a ti.
Tú vuelves a
cambiar de rumbo, y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto
se repite una y otra vez. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de
lejos y no guarde relación contigo. Esta
tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo
único que puedes hacer es resignarte,
meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para
que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior
no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí
sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del
cielo. Imagínate una tormenta como esta.
Y tú en verdad la
atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillos se tratase.
Cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida, ¡No!. Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.
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