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domingo, 2 de junio de 2013

Carta para que me recuerdes...

Era viernes, caminabas con el afán con el que un viernes caminamos, caminabas desde el centro hasta la estación de buses, para tomar, como siempre, el colectivo de las seis de la tarde, para al final liquidar en tu casa, con tus mismos amigos de siempre, como tus viernes a la noche de usanza, para no guillotinar con tu rutina de vida, caminabas y el sol que esclareció durante el día se apagaba de a ratitos, tempranito porque era invierno, mientras caminabas despacito.
La fortuna te detuvo en el camino, te detuviste frente a una tapia deslucida, grisácea y en su largo un párrafo borroso en el que se leía:

Carta para que recuerdes.

29 de junio, en algún lugar, vísperas del primer aniversario.

Te escribiría tan espontáneamente, pero aún así no sabría qué decirte con la determinación posible para que comprendas.
No te escribo sólo porque te recuerdo, no te escribo en el suplicio, es que otra cosa no me sale, y si esto es lo mejor que tengo no me alcanza para olvidarte. Te he dejado mis mejores cosas, y si eso incluye haberte dado lo mejor de mi vida, quiero que te lleves también estos versos. Escribo esto para recordarte que aún existo, y que aún trato de olvidarte aunque fracase a todas horas. Mi vida se ha convertido en un intento, y si ese intento forma parte de tu ausencia, quiero que también te lo lleves contigo, no quiero pertenecerme, porque aún siendo mías las necedades de tenerte y mis tristezas de quererte y no pertenecerte, tiene que ver contigo, entonces déjame sin nada y vete ya del todo. Llévate los doce meses, y el invierno, y mi presente, mi cultura y mis días preferidos, las fecha en que nos conocimos, las canciones que cantaba, y todo lo que me enamoraba. Llévate contigo las mañanas y las tardes, las noches para que te acompañen, y los libros para que te cuenten de mí mientras yo no esté.
Y si a la inversa de este conflicto no quieres llevarte nada, ofréceme mejor una señal de vida. Yo te recuerdo en cada párpado y en cada tontería, en los subtes y en las oficinas, te recuerdo como lo mejor de mis días.  Si no te llevas nada considera esto como un sí, y si tratas de negarlo no te apures, al contrario yo siempre estaré esperando por ti”.

Concluiste de leer la carta sobre la tapia, y en tus ojos un irremediable río de recuerdos, y el aire soplaba perfumado a jazmines, al igual que mi perfume y recordaste como recuerdan los cobardes y los dañinos.

Me quisiste y te acordaste, porque mi mayor deseo se había cumplido en ese instante y era el haberlo leído, algún día en algún horario, yo ya no estaba y yo no sabía y tú me estabas recordando. Reconociste todo en esa tapia, en esa carta, y retrocediste hacia mí, reconociste la fecha, reconociste mi letra, reconociste mi pasión por escribir y reconociste mis palabras. El día acababa y tú me estabas recordando gracias a mi carta, y me estabas recordando del modo en que quería que me recordaras, a través de mis mejores palabras, de mis más puras confesiones, a través de mi franqueza, me estabas recordando de la forma más pasiva y suave, y eso a mí me bastaba para que luego de ello, de alguna buena vez con el propósito de que te pusieras en mis zapatos y sintieras lo que yo, aunque no estuvieras en mi vida y no pertenecieras a mis planes, te quisiera para siempre… 

viernes, 5 de abril de 2013

Hemos venido para dar los ojos. Para dar las manos. Para dar el corazón. Hemos venido para darlo todo. Para abrir con nuestros dedos el mundo, y darle luz. Para llamar las cosas por un nombre que las haga nacer. Por eso, ahora estamos destruyéndonos. Por eso, cada día, se habrá de ir un poco de nosotros. Por eso, -Por eso siempre- nuestra angustia será de recobrarnos y estaremos lejos, cada vez más lejos, como en una resaca que nos arrastra mar adentro. 
Es imposible amar a quien ya tiene algo de nosotros. A quien ya tiene olvido en nuestro propio recuerdo. A quien halla su rostro en nuestro rostro. A quien -sin comprenderlo- lleva nuestros ojos. A quien nos queda, apenas, como un sitio en el morir de los días. 



martes, 29 de enero de 2013

Versos en prosa


Para eso estamos juntos, para eso nos negamos a morir; porque en todos los caminos nos cobran un impuesto, y yo estoy pagando por tu ancha sonrisa, sin temor al pasado.



Todo debería haber sido diferente

miércoles, 23 de enero de 2013

Te podría decir

Yo soporto la abstinencia porque tengo en la cabeza un corazón para pensar, ¡Y no sabes cómo escuecen estos meses caminando de puntillas para no romperlo más!
Te podría decir que durmieras conmigo esta noche, pero luego vendría la excusa y su hermano gemelo el reproche.
Te podría decir cómo dueles, pero te confieso que ya estaba esperando que algo me sacara la piel de los huesos.
Te podría decir que mañana veremos el modo, pero nunca te quedas conmigo ni te marchas del todo.
Te podría decir que lo hice todo para ver si conseguía romper las cuerdas del pasado porque vi que a ti el amor sólo te gusta con heridas, y tu nombre no cabía dentro de mi porvenir.
Te podría decir que aún estoy arreglando los rotos, porque aún no he encontrado un buen sitio por el que hacer pedazos las fotos.
Te podría decir que también intenté comprenderte, y aprendí que tu forma de odiarme sólo eran las ganas de verme.
Te podría decir que mañana veremos el modo de aprender a quedarme contigo o aprender a marcharme del todo.



miércoles, 16 de enero de 2013

Poema 6.

A pesar de que acabo de lavarla en tus ojos, el alma no perdona que la lleve en la mano; la mano no comprende tanto cielo en sus dedos. Sin embargo, yo insisto.
Yo me arranqué una cosa que no he puesto en tus uñas. Quizá tu estás ahora donde mis dientes sueñan... Quizá tu estás ahora... Allí donde de súbito tu no usada, tu sonrisa lustrabotas me limpia las pisadas...
Pero ahora, como los cazadores que de pronto le arrancan al bosque sus trinos enlutados, tu palabra me saca de repente del pecho un pájaro asustado, un oculto viajero, pero no lo detengas en las dos estaciones violetas de tus senos, déjalo que te busque, no detengas tu viaje hasta que toque la semilla gigante que a latidos te inunda desde el fondo del pecho, subiendo primavera a mi otoño.

Déjame darte cosas cuando yo estoy dormida.




miércoles, 9 de enero de 2013

Que estoy muy joven y no quiero enviciarme de nada !


Y qué burda la razón, y que deleite causa el delirio.

Tal vez deba montar más barriletes y pedir menos permiso, y excederme de libertad, también violentarme menos con los recuerdos, y desintoxicarme con aire benigno de alguna cóncava sudestada, o atormentarme menos por no sacarme de quicio al verle los labios, muchas cosa debería encaminar.

Debería aprovechar que estoy joven y estoy dispuesta, que sino aprovecho de esta juventud y del soprano para gritar, se me acaba el mojito y el tequila y yo no quiero enviciarme de nada, y no estar pensando que cuando más trato de deportarte menos respiro.

Entonces no hagamos ningún pacto sobre olvidos, o sobre recitales de poemas y lujurias a escondidas porque el corazón se me bulle, así que perseveremos que en algún momento, de alguna buena vez te olvide.

¡Y que tosco el corazón, y el cerebro que ajeno al acto fallido!

Por eso prefiero que dejes que vuele entre tanto smog que te intoxica y hostiliza y trata de no abastecer con nada que me haga carga o asfixie y déjame abusar de la libertad, que estoy muy joven y yo no quiero enviciarme de nada.




sábado, 24 de noviembre de 2012

Estamos rotos


Estamos rotos y lo sabemos, pero somos como el trozo de cristal que pretende aún ser vaso, somos como la luz que lucha contra el ocaso y no hay misterio más grande del por qué de aquel intento, ¿Será que somos como una porción de aire que se escurre del viento? intentando crear pequeños tornados levantando polvareda para nacer y morir en la misma distancia del sol y en la misma añejada vereda.