Quizá ayer, en tu viaje de regreso, volviste la cabeza
hacia atrás y me viste, me viste cuando te miraste, me viste cuando te
analizaste. Me recordaste. O quizá abriste tu mochila y me nombraste. O diste
tu primer bocado y me viste, en el reflejo de tu gaseosa, o en el hielo sumergido.
O acondicionaste tus neuronas, o limpiaste tu pecho o desplegaste las alas
vacías, llenas de plumas rotas, y abriste tu mente, y ahí concientizaste. Y en
algún recoveco de tu concientización, en tu viaje de regreso, en el verde de la
carretera, en las ruedas del bus, en el mísero sueño que soñaste cuando te
dormiste durante el viaje, o en la estrofa de la última canción que oíste, me
vi reflejada.
Y frunciste el seño, dejaste las acciones que estabas
realizando, soltaste lo que sostenían tus manos, ahorraste respiros, surcaste
en el tiempo, sonaste silencio por muchos minutos, y al poco tiempo recobraste
tus acciones, juntaste del suelo lo que habían estado sosteniendo tus manos,
tomaste aire y respiraste prolongadamente, volviste del tiempo, pisaste la
tierra y dejaste que todos los lindos sentimientos que experimentaste fueran
sólo un recuerdo… y nunca una intuición.